Contemplando los campos de trigo de Renoir, uno siente que está ahí, corriendo entre el trigo mecido por la suave brisa del verano, deslumbrándose por el brillo de las espigas del trigo bajo el sol. Así se siente uno también cuando navega por la red, sin saber muy bien hacia donde ir, vas parándote a recoger todo lo que brilla, todo lo que llama tu atención. Decían que no había talento suficiente en la red como para que la Web 2.0 se mantuviese en pie, una red hecha por y para los usuarios no parecía que fuese a funcionar. Sin embargo, se ha demostrado que el corazón de la web late gracias al enorme talento de sus usuarios. Y uno piensa, ¿debería seguir escribiendo en esta red?, ¿debería dejar de recolectar todas las espigas que voy encontrando? No sé muy bien que pensar, pero, entonces, recuerdo esas nubes de tags que cubren los cielos de la red y pienso: hay que escribir, escribir. Escribir para que esas nubes no estén llenas de pornografía, dolor, esclavitud, extorsión, engaño, hambre, miseria, paro, crisis….; que se llenen de luz, de esperanza, de paz, trabajo, de la bondad suficiente para que volvamos a tener fe en nuestra capacidad para cambiar el mundo.
Cuadro: Los campos de trigo, de Pierre-Auguste Renoir. Museo Thyssen, Madrid.
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