COLABORACIONES: CASABLANCA, DE JOSÉ MANUEL PRADO ANTÚNEZ

He estado absorto en la pantalla que ofrecía Casablanca. No sé cuántas veces la habré revisado, pero siempre se presenta con un nuevo cariz de Curtiz. Fijaros que hoy me di cuenta por vez primera que cuando los franceses anuncian por megafonía que París, su ciudad, es una ciudad abierta, tan abierta como Roma, y que discutan franceses e italianos, surgen todos del bar donde ingieren unas copas o se abrazaban a unas copas. Cuando los nazis anuncian desde esa misma megafonía que resta un pepinazo de 75 mm. para invadir París, todo el mundo, tumultuosamente, fluye de una librería y las personas inundan la calle. Casablanca es el mundo porque todo el mundo concurre a esta ciudad sólo de paso y en busca del paraíso soñado. Deambulan, de acá para allá, con tristeza, en el bazar donde sólo quieren adquirir el billete de vuelta al mundo soñado, como Quijotes en busca de molinos. Deambulan entre árabes con ganas de jugar al póker y beber el mejor brandy o comprar al pianista de dizzy, tanto da, con joyas que no valen un espejismo. Venden a su madre y la carne por un visado o una simple nota del prefecto francés imperfecto, obtuso corrupto pero pobre.

Allí aparece el hombre sin nombre, al que enteramente le apelan por el nombre de lo que regenta, el café de Rick, Rick que es Richard, cuando el recuerdo del amor es un retorno al recuerdo a un París sin ocupación, sin preocupación.

Rick no tiene patria ni matria, sólo una botella y una eterna borrachera de Cayo Largo, de daiquiris y brandy y champán de etiqueta roja. Cuando se llama Richard parece que apoya al perdedor, a quien no ganará en su vida un estado aunque reside sitiado en las notas de una canción. La canción de la libertad, esa que entonada al unísono callará al gestapo con gazapos, que no sabe pronunciar la victoria aunque sepa preguntar por ella.

Cuando se llama Rick pero la esquizofrenia le hace creer que es Richard se llega a una mesa de ruleta y pide que todas las bolas se detengan al veintidós, negro, par y pasa, que es la única manera de salvar el honor a la joven muerta en su mente, carne para el prefecto inconcluso, francés nada escrupuloso. Sólo el viento sabe si Vichy o no Vichy, mientras hay que vivir y no volar pero aprovecharse de los que desean volar y vacar de este mundo traidor, inconcluso y mártir.

- Agóteme a esa rubia, en la Casablanca de Groucho se oye exigir.

Con lo que uno amó a Ingrid Bergman no la alcanza a imaginar chantajeando a Rick con su cuerpo de cimbre y su timbre de alto, de metro mayer y rugido goldwind. Sí que la otorgo la capacidad de vencer las dificultades y a los aviadores, derruyendo puentes y voluntades. Entre la niebla, es como decir entre París, despidiéndose eternamente del visado, de Rick, del marido, del prefecto y del público, porque su sitio parece estar en otras dobleces y en algunas campanas que suenan a rain to eros.

Perdiendo se gana, dice la película, porque Rick pierde y el prefecto pierde, pero dejan de ser ellos para ser parte de una revolución imparable, la de aquellos en la que si alguien muere es sustituido por su futuro, donde no entra Strasser, que es el coronel a quien nadie escribirá.

Esta noche, arrojando Vichy a la papelera, con Rick y Loui, caminando entre la niebla, como el inicio de una gran amistad, reitero lo que ya sabía: sólo los cínicos alcanzarán la gloria.


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