MANOS





-¡Pobre! Te tienen que doler mucho las manos

-No, no te preocupes. Ya estoy acostumbrada al dolor

La niña la miró sorprendida pero no preguntó más, achinó los ojos ante el fuerte sol de Abril y le dijo:

-Yo llevaré el carrito de tu bebé, así descansaran tus manos.

La mujer no sabía muy bien que hacer, se sentía abrumada por la súbita y desbordante atención de aquella niña desconocida. Sintió cierto sonrojo e incluso tartamudeó un poco antes de aceptar el ofrecimiento. Normalmente llevaba sus manos escondidas en el fondo de los bolsillos de la cazadora o enguantadas. El tener que empujar el carrito del bebé había dejado sus manos vulnerables, de nuevo a la vista de todos, sin posibilidad de esconderlas. Por eso no le importaba que el cochecito chirriase o el estampado de la funda fuese excesivamente chillón. Sabía que todas las miradas iban a las ruedas, al estampado o al hermoso bebé que dormía tranquilo y sonrosado.


-¡Vamos! No voy a secuestrar a tu bebé

-Bueno, pero si te cansas me lo dices. No es tan fácil como parece

La niña era muy hermosa y tenía un marcado acento del Este. Sentía gran curiosidad por saber cosas de ella pues a menudo la había visto por el patio del colegio, triste, cabizbaja; pero no se atrevió a preguntarle de dónde era.

-¿Cómo te llamas?

-Erika, te he visto muchas veces en el cole con tu bebé.¡Es tan bonito!

Entonces la mujer observó el rostro de la pequeña y cuando ella le devolvió la mirada ambas sereconocieron. Las dos sabían que eran supervivientes, supervivientes de esos infiernos que arrasan las horas de la infancia y sólo se extinguen con el tiempo. Pero sólo se sonrieron tímidamente y siguieron el paseo hasta el cruce charlando sobre nidos de pájaros y caballitos de mar. La niña hablaba rápidamente, saltando de un tema a otro mientras le hacía muecas al bebé.

-Creía que a los niños de ahora sólo os gustaban los videojuegos

-A mí no, no tengo. Yo ya me quedo aquí- dijo la chiquilla

-Gracias por tu ayuda, Erika. Hasta mañana

-Mañana te ayudaré otra vez con el carrito

-Como quieras

-¿Sabes? El bebé casi es tan guapo como tú, no sé porque te escondes

-Mis manos- respondió la mujer mostrándoselas

-¿Tus manos? Son sólo las manos de una mamá.


Y corrió hacia el portal sonriendo y tarareando una canción infantil. La mujer se quedó sin palabras, clavada al suelo. ¡Ojalá todo el mundo me viera con sus ojos, me hablara con su lógica! Como en un sueño, la mujer retomó el paseo empujando el carrito lentamente y hasta que no llegó a casa no se dio cuenta de que una lágrima resbalaba perdida por su mejilla.



Relato: @Ana Prado Antúnez
Imagen: Cueva de las manos, Patagonia

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